lunes, 9 de diciembre de 2013

"Mamá, quiero un perrito"

Quienes tengan hijos, sobrinos o niños cerca, seguramente habrán escuchado historias relacionadas con esta solicitud. Casi siempre, lo que el niño tiene en mente es lo divertido que será llegar del colegio y, cuando tenga ganas, jugar con el perro. Pero cuando la mamá escucha la solicitud, aunque tal vez comparta con el niño el deseo de tener un perro, también pensará en las responsabilidades que eso implica: llevarlo al veterinario, sacarle las pulgas, servirle la comida y el agua, sacarlo dos veces al día, recogerle la caca, mimarlo y cuidarlo, por sólo nombrar algunas.

Hago aquí una metáfora con el BDSM. (Espero que no haga falta aclarar que NO estoy diciendo que una sumisa sea equiparable a un perro). Cuando alguien me dice "quiero ser tu Amo", a veces respondo con un "¿Por qué?". Las respuestas casi siempre son una variante de "porque sería rico que una mujer me obedeciera", lo que casi siempre se traduce en "porque quiero una mujer que me la chupe sin que yo tenga que poner nada de mi parte ni hacer ningún esfuerzo", y que a mí invariablemente me suena a "porque sería rico llegar del colegio y jugar con un perrito."

Sin embargo, al igual que el niño del ejemplo, muy pocos de quienes suelen mostrar afán en encontrar sumisa muestran siquiera una mínima noción de la responsabilidad y el trabajo que implican tener una: cuidarla, guiarla, aprender (de sí mismo y de ella), dedicarle tiempo, conocerla, sus motivadores, sus miedos, hasta sus estrategias de manipulación, sus potencialidades y esas otras cosas que necesita mejorar.

Una relación BDSM, como cualquier otra, implica trabajo. Seguro ud. que lee esto es perfectamente capaz de recordar esas veces que ha tenido que hacer un esfuerzo por un amigo. Levantarse muy temprano para acompañarlo al aeropuerto, aguantarse el desamor cuando terminó con la novia, cuidarle la borrachera y quién sabe cuántas cosas más. No es distinto con una sumisa.

Por supuesto que se espera que una sumisa se esfuerce por complacer a su Amo, que aprenda qué y cómo le gusta y procure hacerlo. Pero eso no exime al Amo de un esfuerzo igual por hacerla sentir que ese lugar a sus pies es en el que ella desea permanecer.